De aquella sustancia protoplasmática, o de aquel dios que nos guía, o de aquella casualidad, surgieron los símbolos y comenzaron a enraizarse con sus exacerbadas pasiones, con sus apasionados significados, con sus significados tergiversados...
Con los símbolos apareció la diferencia: esto, aquello, lo de más allá... ese pedazo... esta estructura... Y hoy... un ruido de aquellas cadenas.
Y nosotros, moléculas de óxido, alcanzamos nuestro estado y comenzamos como el trozo destinados a la primavera y sus distinciones ya hechas.
Nacemos y es nuestra primavera
¡Oh, lo bonito y lo bello. La muerte en flor, el crecimiento sin angustia! Palabras y elisires van hacia la primavera... ¡Ese pedazo! (sic)
Y yo allí, a vivir la primavera o morir sin ella.
Y yo allí, impregnado de ella o contrario a ella.
A viva voz canto, como los pájaros, cuando se me calienta la sangre.
Al llegar la primavera luce el sol, brillan las estrellas y nosotros, abajo, a debatirnos y suspirar, a salir de nuestros fallos. Pero a cantar, impregnado, porque estamos en primavera, la boca en agua a punto de crecer. La saliba de la savia, para transformarnos bajo la gran obra.
Y correteando y bailando y empecinado en en llegar. El augurio poniéndose a tono. Todo era mío, de mi mente, coordinado al gran afán de la primavera. Mis sentidos percibían los hondos rayos de la vida que de la naturaleza salían, enfrascado en mi seno antes de yacer y alegre porque no cogía otra cosa. Saltaba, brincaba, un día en sol naciente, con una sonrisa dibujada sobre la chimenea, a través del vacío del horizonte, sin saber por qué no cogía la aprte no percibida.
Un día, en un comienzo, en el campo, mi cuerpo vibraba a su son: primavera-amor; primavera-libertad.
Y el amor, saturado hasta alcanzar la libertad.
Y las abejas en el panal con su perfecto reino, con sus exactos movimientos, con sus cristalinos movimientos y las flores abriendo sus brazos para calmar sus ansias. Ansias que el sol y sus rayos hacia el velo que los cubre, hacia el amor que significan.
Y el campo con su verdor. Descansa tu vista en la inmensidad. Es la hora de que encuentres lo tantas veces buscado. Esos segundos sobresaltados y el amor en tus vueltas para que lo toques y participes.
Y los animales en celo acuden a la cita en sus rugidos. Y sientes sensaciones. Frescor y alegría. Y en la ciudad las personas con sus colores e imitaciones, con sus cuerpos en flor, con sus movimientos por demostrar, con sus parques por respirar, con su tristeza convocada, también el amor te surge al ver y muestras aunque un poco, alegría y ganas de amor. Y en ese pedazo y en todos los sitios ahí está.
Y deseas acariciar. Oyes el mar, el ruido, el cielo. Bajas. Te subes a la esplanada. A los objetos del amor. Y sientes interminablemente. Y cada uno, fuera de si, hace fiestas sin dañar a nadie. Con limpìeza. Allí, allá.
Vas, palpas la vida que ignorabas. Las flores te la ofrecen. Los pájaros te reviven entre alegres cañaverales.
Así, yo no puedo vivir.
Así, yo no puedo morir.
Y vuelvo a intentar seguir. Quiero enamorarme consecuentemente. Luchar por esto y no deambular en las noches perdidas con el diablo y los demás santos. Con los pensamientos y raciocinios. Ahí, fuera de ti, está la primavera. Entrará cuando tu quieras y estés dispuesto. Y así mismo saldrá. Un vaivén perjudicial así así, así. ¡Oh, la persona dulce! ¡Oh, la persona dulce!