Apelmazado como una roca en un determinado estrato. Me inutiliza el sueño que huele a pesadilla. Enjaulado, atascado, en una pila de coches que se mueven por turnos, por puro automatismo.
El sol no brilla, y el lecho no veo. No puedo correr. No tengo piernas. Enseguida choco. Me caigo. Atontado. A respirar el humo venenoso que me suma en la inactividad del que no piensa en la marea negra que se le viene encima.
Estoy atado a mis pies y no los encuentro. Mis manos abrazan abstractas esperanzas en medio de la tempestad que me come terreno.
¡Oh! ¡Qué alegría! Puedo respirar, puedo andar, comienzo a pensar, el ahora tan fresco y si lleno de problemas pero con facultades.
Me limpio el sudor, me voy al cine, busco trabajo, me limpio las lágrimas, sueño despierto y reprimo la caja insconsciente que me puede desbordar.
Lleno de deseos procuro, en ideas, satisfacerlos. Y los hechos concretos, pienso, algún día comenzaré a dezsarrollar los detalles, a rodearme de un soporte tan fuerte y seguro sin huecos de menudencias.
Seré alegre y seguro porque mis manos tocarán cada una de las rayas -rugosidades del cuerpo- y hablará transmitiendo.
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