Esa vaciedad
al descargar cuanto,
endiabladamente, retenías
para conseguir un punto,
para desperdiciar un abismo,
para atrofiar tu mente.
Esa vaciedad,
al romper los cielos,
que poco a poco se derriten
y caen como chorros
en el baso de la redundancia,
hasta el comienzo de las formas.
Esa vaciedad,
del muñeco de trapo
o de la máquina perfecta,
delirando con lo aprehendido
hasta la denigración,
busca un hueco en quien taparse.
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